Estaba desnuda en su cama y le parecía tan hermosa como un campo de girasoles junto a una carretera solitaria, y le dieron ganas de hacerle alguna promesa, la que fuera, una de esas que son parecidas a los primeros fascículos de una colección que nunca vas a terminar: me gustaría volver a verte, dame tu teléfono, apunta el mío, jamás te olvidaré, seas quien seas. Dos personas que saben que se mienten nunca se hacen daño.

Qué escondes en la mano, Benjamín Prado

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