Nuestra sociedad cree que se puede prescindir de voluntad pero, bien mirado, es un problema bastante grave no saber lo que uno quiere. Todo el mundo necesita un objetivo preciso; ahora bien, el nuestro es cada vez más borroso. Sin sueños te transformas en un animal anodino, un paseante extraviado. Estás vacío o perdido. Durante un momento puede resultar agradable, como cuando te equivocas de calle en una ciudad extranjera. Aprovechas la ocasión para vagabundear, retrasar el momento de preguntar el camino, sentarte y mirar las nubes, como un mamífero que pasta en la naturaleza. Pero muy pronto el pánico gana terreno. Te registras los bolsillos en busca de un mapa, de un refugio o de un estuche de GPS. Echas mano de los indígenas. Llamas a taxis. Muy poca gente tiene el valor de perderse de verdad. En todo caso, yo no creo haberlo deseado. La soledad fue el regalo de cumpleaños de mis cuarenta años. Es complicadísimo ser libre. La libertad es un fardo al que te acostumbras, como la muerte.

Socorro, perdón, Frédéric Beigbeder

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