El sentido de un final

Ser creyente es muy fácil, fácil de cojones. La razón es bien simple: el individuo basa su existencia en una serie de creencias mediante las cuales otorga un sentido a su vida (incluso después de la muerte). A través de la fe obtiene argumentos para llevar a cabo una vida más o menos plena sabiendo, o creyendo saber, lo que le espera una vez concluya su existencia. El creyente se siente aliviado precisamente gracias al amparo que le proporciona la idea de la vida eterna. De una forma u otra puede responder todas las preguntas existenciales que se plantee arguyendo la existencia de un ser superior que dispone las reglas del juego a su voluntad. La oferta de una vida eterna es muy tentadora, ¿quién no querría vivir algo más de tiempo para poder realizar todo lo que no ha podido hacer durante su existencia terrenal?
Sin embargo, esa promesa de vida eterna sólo es una cuestión de fe. El sentido que algunos quieren dar a su vida, desde el comienzo hasta el final. Por esa razón los ateos lo tenemos algo más difícil. Carecemos de una fe que dé sentido a nuestra existencia y continuamente aparecen preguntas cuya respuestas son más complicadas (o no) ya que hemos de buscar argumentos más sólidos que la simple idea de un ser imaginario que nos promete vida más allá de la muerte si nos portamos bien.
Para empezar, ¿qué sentido tienela vida? Si queremos otorgarle algún sentido hemos de aceptar su condición finita. En algún momento vamos a morir, no sabemos cuándo ni cómo, pero lo haremos. Estamos biológicamente destinados a ello y es algo contra lo que no se puede luchar. Así pues, hemos de aceptar nuestras limitaciones biológicas y tener conciencia plena de la muerte. Asumirla como un proceso y no como un suceso, nacemos para morir. Y mientras tanto, van sucediendo cosas. Precisamente son esas cosas las que hacen que nuestra existencia tenga un mínimo sentido. Si después de la muerte no hay nada, ¿qué motivo hay para levantarse por las mañanas? El más simple de todos: vivir lo que nos depara cada día, ni más ni menos. Con la conciencia de ser libres para elegir un camino y otorgar a nuestra vida de todo el sentido que queramos a través de nuestros actos y decisiones.
La mejor manera de encontrar ese sentido es aceptar nuestra condición humana, ser conscientes de que nuestro paso por el mundo no será mucho más diferente que el de cualquier otra especie animal y que, sin embargo, y a diferencia de otros animales, tenemos capacidad suficiente para poder valorar y disfrutar del rato que vamos a pasar en este mundo. ¿Acaso no es suficiente?

Llevo días dándole vueltas al asunto, planteándome qué cosas que pueden dar sentido a un final, y éstas, son algunas de las mías:

1. El Atlético de Madrid
2. La tortilla de patatas (con cebolla, siempre con cebolla)
3. Bad Manners en Lekeitio.
4. Miguel y yo intentando comprender un mundo que cada vez nos resulta más ajeno.
5. Los besos que pensaba que nunca llegaría a dar, y al final, acabé dando.
6. La poesía.
7. Sharpe y Nobbs haciéndome sentir tan patético como cualquier hombre.
8. Houellebecq dejándome en los huesos.
9. La Alhambra Reserva 1925.
10. Pound y Mishima enseñándome a pelear hasta el final.
11. Mi padres y el sentido y la dignidad de la lucha.
12. La comida de mi abuela.
14. Madrid, 17 de mayo de 2013. 30.000 almas, y un solo corazón.
15. 'No eres tan bueno', me dijo, sin apenas conocerme. Tenía razón.
16. Fernando Fernán Gómez honrando la profesión más bonita del mundo.
17. Todas las mujeres que me han acompañado durante estos años.
18. Todas las que me acompañarán.
20. Joaquín Felipe y Álex Cooper tocando 'Cinco años'.
23. Kiko Amat y Rompepistas dejando constancia de lo que fuimos.
24. Ben Brooks recordándome que aún soy joven, aunque a veces se me olvide.
26. Hunter S. Thompson ejerciendo de maestro.
27. La primera sonrisa que me dirigió una chica.
28. Todos los críos a los que he intentado enseñarles algo.


Seguro que me dejo algo por el camino, seguro que lo mejor (y lo peor) está por llegar, seguro que este final va a tener sentido.

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