Nos cruzábamos por los pasillos del centro como si no hubiera sucedido nada, parecía ir siempre con prisas, la cartera en la mano izquierda y el cuerpo inclinado siempre hacia el mismo lado, el flequillo grisáceo le cubría los ojos más que nunca. Me parece bastante miserable ese modo silencioso con el que los hombres nos expulsan al curso del tiempo. Como si fuera menester recordarnos, a todo evento, que la existencia es discontinua.

Felices los felices, Yasmina Reza

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