Pocas cosas se parecen a la sensación de haber sido dejado.
Por mucho que trate de pensar en otra cosa, la sensación siempre vuelve. Como aquellas páginas porno de la red que, al abrirlas, se instalan automáticamente como pantalla de inicio, sin preguntar, en tu ordenador. Luego tu madre va y lo conecta para mirar una receta y se encuentra de frente con la página web de «Amor caliente 2» o peor. El dolor del dejado es algo así. Lo cierras, lo apartas cuando estás ocupado, pero cada vez que te conectas, cada vez que tu mente deriva, vuelve a aparecer.
Como un página X que no puedes desconectar.
Como un alien que te salta a la cara y te sorbe la fuerza.
Sin permiso.

El día que me vaya no se lo diré a nadie, Kiko Amat

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