Ésa era la diferencia entre Kafka y una encíclica vaticana, que el primero desea hacerse entender y la segunda obliga tiránicamente a creer. Que ambos, Kafka y la encíclica, pueden estar igual de desequilibrados y por lo tanto de lúcidos ante el desequilibrio del mundo, pero que el primero trata de hacernos ver la necesidad de su locura, en tanto que el otro se limita a imponerla cómodamente.

Historia de un idiota contada por él mismo, Félix de Azúa

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