Ya se podían ir jodiendo todas las desconocidas a las que deseó durante años por las vías de Madrid. Él ya estaba servido, y se acariciaba con una mujer que le quería y a la que podía entrar en cualquier momento con reducidísimas, residuales posibilidades, ápices pulverizados, ninguna posibilidad a efectos prácticos, de rechazo.

Los millones, Santiago Lorenzo

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