Los besos son importantes. Por culpa de un beso de buenas noches denegado por su madre cuando era niño, Proust teje toda una neurosis familiar en forma de novelón asmático, policromado, que en el fondo es todo él una indagación detectivesca alrededor de los besos furtivos o fantasmales, de los besos no dados o no recibidos o dados y recibidos a destiempo o a las personas equivocadas. Hay un trastrueque de cuerpos y soledades circulando por la novela de Proust, alguna de cuyas páginas a veces refracta la luz como un vaso facetado. Una novela policiaca sin crimen en la que todas las pruebas acusatorias se encuentran allá atrás, en el pasado. Lejos. Besos con sabor a magdalena mojada en té de lágrimas o besos con sabor a playa normanda o besos de bocas niñas, acatarradas, en un permanente carnaval de celos y de labios. En el paréntesis de un beso no pronunciado el mundo, de repente, deja de llover o se hace música y duele. Triste pero forzoso es admitir que los besos no recibidos han hecho más por la literatura que los besos recibidos.

Técnicas de iluminación, Eloy Tizón

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