El mundo carece de principio de causación y, por tanto, de toda posibilidad intrínseca de culminación, es decir, de alcanzar una «meta», un «resultado», un «fin». Como consecuencia, el devenir y el tiempo en que se configura la identidad del sujeto, y su aparente libertad, no son más que una mera ilusión, una ficción de nuestro intelecto, que le proporciona al animal racional y enfermo la fábula compensatoria del sentido, a la que se agarra con uñas y dientes: sentido del mundo, sentido del tiempo, sentido de la acción racional. Pero la cosa es aún peor. Si toda realidad se reduce a un gigantesco impulso de carácter afectivo, pulsional e irracional; si el mundo es, en último término, Voluntad (y nuestra voluntad no es más que una tendencia ciega, una fuerza amorfa, un deseo vampírico y sin objeto que no quiere más que seguir queriendo), entonces la acción humana no es más que la eterna repetición de una querencia primigenia, enraizada en la ausencia de fin, de meta y de sentido. Y su corolario: esta repetición vacía conlleva la imposibilidad humana de alcanzar la felicidad y la plenitud, el absurdo de nuestras ilusiones a la hora de concebir el futuro como un espacio de satisfacción y realización.

True Detective. Antología de lecturas no obligatorias, VV.AA.

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