Lo que ocupa a todos los seres vivos y los mantiene en movimiento es el deseo de existir. Pero cuando la existencia se tiene por segura, los hombres ya no saben qué hacer con ella; por ello, la segunda circunstancia que los mantiene en movimiento consiste en el deseo de liberarse del peso de la existencia, hacer que pase desapercibida, «matar el tiempo», es decir, escapar al tedio. Y así vemos que casi todos los hombres que se encuentran a salvo de la miseria y las preocupaciones, cuando se han liberado por fin de todas las demás cargas, se convierten en una carga para sí mismos y consideran una ganancia cada hora pasada con alguna ocupación, es decir, cada migaja que se sustrae precisamente de esa vida, para cuya conservación, hasta ese momento, habían empleado todas las fuerzas disponibles. El tedio, sin embargo, no es en ningún caso un mal que pueda subestimarse: acaba dibujando en el rostro la verdadera desesperación. Obliga a que seres que se aman tan poco entre sí, como es el caso de los hombres, se busquen desesperadamente, y se convierte así en el origen de toda sociabilidad.

El mundo como voluntad y representación, Arthur Schopenhauer

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