Hubo apasionados abrazos y lágrimas al despedirnos. Prometimos mantenernos en contacto, aunque, naturalmente, no lo hicimos, y ésa fue la última vez que la vi.
-Es usted un joven caballero -me dijo en la puerta-, y nunca olvidaré lo bueno que ha sido con el señor Thomas. La mitad de las veces, él no se merecía tanta bondad.
-Todo el mundo merece la bondad -dije-. Sea quien sea.

El Palacio de la Luna, Paul Auster

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