Los dos jóvenes se miraron a los ojos, aislados de cuanto les rodeaba. Él la observó con extrañeza y ella le devolvió una mirada ardiente. Pablo supo entonces que la vida es una tormenta gobernada por el azar, una tormenta en la que todos terminan por ahogarse, incluso los más astutos, aunque consigan mantenerse a flote durante más tiempo.

El anarquista que se llamaba como yo, Pablo Martín

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