-Si confieso, te matarán, y si me niego a confesar te matarán de todos modos. Nada que pueda hacer, decir o callar podrá demorar tu muerte ni cinco minutos. Ninguno sabrá si el otro está vivo o muerto. Estaremos totalmente impotentes. Lo más importante es que no nos traicionemos, aunque eso tampoco suponga la menor diferencia.
-Si te refieres a confesar -dijo-, puedes estar seguro de que lo haremos. Todo el mundo confiesa. Es inevitable. Te torturan.
-No me refería a confesar. La confesión no es una traición. Lo que hagas o digas carece de importancia: lo único que importa son los sentimientos. Si lograsen que dejara de quererte... eso sería una auténtica traición.
Ella reflexionó un instante.
-No -dijo por fin-. Es lo único que no pueden hacer. Pueden obligarte a decir cualquier cosa, lo que sea, pero no obligarte a que lo creas. No se pueden meter en tu cabeza.
-No -respondió él un poco más esperanzado-, no; tienes razón. No se pueden meter en tu cabeza. Si seguimos sintiendo que vale la pena seguir siendo humanos, incluso aunque no sirva de nada, les habremos derrotado.

1984, George Orwell

No hay comentarios:

Publicar un comentario