¿Cómo voy a renunciar a lo que aún no ha sido mío, dado que toda chica, por deliciosa y provocativa que alguna vez haya podido parecerme, acabará resultándome más familiar que una barra de pan, y eso no hay quien lo evite. ¿Por amor, tendría que renunciar? ¿Qué amor? ¿Es el amor lo que une a todas esas parejas que conocemos, las que se toman la molestia de unirse? ¿No será más bien la debilidad? ¿No serán más bien la comodidad y la apatía y la culpa? ¿No serán más bien el agotamiento y la inercia, la pura y simple falta de redaños, muchísimo más que ese «amor» que no se les cae de la boca a los consejeros matrimoniales y a los compositores de canciones, y que es el sueño de los psicoterapeutas? Por favor, vamos a no vendernos la moto unos a otros con la mierda del «amor» y su duración.

El mal de Portnoy, Philip Roth

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