Lo cierto era que, a pesar de todo, estábamos avanzando hacia la idea de una federación mundial dominada por los Estados Unidos de América y con una lengua común: el inglés. Por supuesto que la perspectiva de ser gobernados por unos tarugos resultaba vagamente desagradable; pero, después de todo, tampoco sería la primera vez. A juzgar por los testimonios que dejaron acerca de sí, los romanos eran evidentemente una nación de imbéciles.
Lanzarote, Michel Houellebecq
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