Desde siempre me han gustado los jóvenes peligrosos para la sociedad bienpensante, los que encuentran estúpido el mundo y durante un tiempo quieren dejarlo pronto. Yo fui uno de ellos y mi hijo ha sabido serlo, y hasta que montó la librería que tiene en esta ciudad, bien que lo ha demostrado destrozando cuartos de hotel o jugándose la vida en gratuitas peleas de taberna o drogándose en noches de muerte sin fin o escupiendo a la cara de los poderosos que ha encontrado en su camino. No es para admirarlo plenamente, pero yo hice cosas parecidas a él y sería innoble ahora que no sintiera una íntima satisfacción por el salvaje y suicida arrojo de mi pobre hijo.

El mal de Montano, Enrique Vila-Matas

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