La vida es una gincana de dudas y yo sólo te puedo aportar una certeza genuina: nos vamos a morir; y un único consuelo: no seremos los únicos.
Podríamos abrigarnos con la idea de que los sueños son mapas del futuro, o albergar el alivio de que nuestras hipocondrías y comportamientos son coreografías ya ensayadas por muchos otros, pero es posible que eso sólo subrayara la naturaleza absurda de nuestros bailes.
Apurar este mal trago es tomar el atajo hacia la importancia de los pequeños refugios: las canciones que escuchamos en bucle hasta parecen un soplo, las frases pescadas en un libro que nos explican nuestro argumento, el vermú al sol, los retrovisores bien orientados y todo ese invento de los recuerdos. Los gestos que dibujan paréntesis en nuestras caras.
Tú perteneces a una raza, la humana, que nada más nacer recibe un cate como bienvenida al Planeta Tierra. Y que a partir de ese instante sorbe mocos y enfila el trayecto por su cuenta y riesgo.
Esto no es un relájate y disfruta. O quizá debería ser precisamente eso.

La cápsula del tiempo, Miqui Otero

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