No hay nada más lógico que el impulso carnal. En cuanto el intelecto se ponía a actuar para comprender, mis deseos por determinada persona se desvanecían de inmediato. Incluso el descubrimiento del más mínimo indicio de inteligencia en mi pareja me obligaba a un juicio racional de valores. En una relación de interacción como es la del amor, hay que dar lo mismo que se pide al otro. De aquí que el deseo de ignorancia en mi pareja me exigiera, aunque temporalmente, una absoluta «rebelión contra el razonamiento». De todas maneras, esto, para mí, era imposible.

Confesiones de una máscara, Yukio Mishima

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