Reggie removió el café indolentemente.
-¿Vamos a ir a casa del hipopótamo el domingo? -preguntó.
-¿A casa de quién? -se extrañó Elizabeth.
-De tu madre, me refiero. Se me ha ocurrido llamarla hipopótamo; para variar un poco.
Elizabeth se le quedó mirando de hito en hito, boquiabierta del asombro.
-No me parece bonito que digas esas cosas.
-Tampoco a mí tener una suegra que parece un hipopótamo.
Caída y auge de Reginald Perrin, David Nobbs
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