El cuerpo de la chica se cimbreaba ligeramente de lado a lado.
Yo no podía hacer nada, mi cuerpo era como los pájaros que se posan en las líneas telefónicas tendidas sobre el mundo, cuando las nubes mecen los cables con cuidado.
Me tiré a la chica.
Fue como ese eterno segundo 59 que se convierte en un minuto y luego parece un poco avergonzado.
-Bien -dijo la chica, y me besó en la cara.

La pesca de la trucha en América, Richard Brautigan

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