Todas las camas de la casa están viejas y estropeadas, los muelles se hunden, crujen al menor movimiento. Él trata de quedarse tan quieto como puede, en la franja de luz de la ventana, consciente de su cuerpo acostado de lado, de sus puños apretados contra su pecho. En este silencio trata de imaginar su muerte. Se borra de todo: del colegio, de la casa, de su madre; trata de imaginarse los días siguiendo su curso sin él. Pero no puede. Siempre hay algo que se deja atrás, algo pequeño y negro, como una nuez, como una bellota que ha estado en el fuego, seca, cenicienta, dura, incapaz de crecer, pero que está allí. Puede imaginar su propia muerte pero no puede imaginar su propia desaparición. Por más que lo intente, no puede aniquilar el último residuo de sí mismo.

Infancia, J.M. Coetzee

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