La vida no para de cambiar, es puro cambio. No tiene otro sino, cambiar y cambiar, lo sabían los griegos e imagino que incluso sus abuelos lo sabían, no te bañas nunca en el mismo río, ni siquiera te bañas con el mismo cuerpo, hoy bañas ese grano que ayer no existía, esa variz que se ha abierto paso durante largas horas, esa llaga en la ingle o en la planta del pie que la hiperglucemia impide que cicatrice, y es mentira aquello que decían los utopistas de que a esta agitación de avaricia y lujuria sucedería un mundo en paz en el que todos seríamos hermanos y, como en la edad dorada del Quijote, nos repartiríamos fraternalmente las bellotas que hubiera. Bajo la capa del cielo, no hay paz de Dios posible, sino guerra de todos contra todos y de todo contra todo. Lo malo es que tanto y tanto cambio es para que al final todo sea más o menos lo mismo.

En la orilla, Rafael Chirbes

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