¿Para qué empeñarse en romperse los cuernos luchando con basura contemporánea, cuando tiene uno todavía tantos tesoros que explorar? No es que entre los supuestos clásicos no haya también basura. De hecho, buena parte de ellos son ilegibles. Pero quizá sea ésta una manera de recuperar un poco el interés por la lectura, y hasta las ganas de vivir: volver a ciertos autores clave que uno sabe que difícilmente le van a dar gato por liebre.

¡Que te follen, Nostradamus!, Roger Wolfe

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