Seguridad..., ¿qué significa esta palabra en relación con la vida como la conocemos actualmente? En la mayoría de los casos significa estar libre de preocupaciones. Se dice que es la meta que todas las personas persiguen, pero ¿es un objetivo utópico o es un sinónimo de rutina?
Imaginemos al hombre seguro; con esta expresión me refiero al individuo que se ha propuesto como meta en la vida la seguridad económica y personal. En general es un hombre que ha arrinconado las ambiciones y las iniciativas para instalarse, por así decirlo, en una rutina aburrida, pero segura y cómoda, para el resto de su vida. Su futuro no es más que una simple prolongación de su presente y lo acepta como tal con un complacido encogimiento de hombros. Sus ideas e ideales son los de la sociedad en general y es aceptado como individuo respetable, pero normal y prosaico. Pero ¿es un hombre? ¿Se respeta a sí mismo, se siente orgulloso de ser lo que es? ¿Y cómo podría, si no ha arriesgado ni ganado nada? ¿Qué piensa cuando ve sus sueños juveniles de aventuras, conquistas, viajes y heroísmos sepultados bajo el manto del conformismo? ¿Qué siente cuando se da cuenta de que apenas ha probado las mieles de la vida, cuando ve la cárcel que él mismo ha construido a su alrededor buscando el todopoderoso dólar? Si cree que todo está bien, estupendo, pero pensad en la tragedia de un hombre que ha sacrificado su libertad en aras de la seguridad y desearía invertir el curso del tiempo. Hay que compadecerse del hombre que no tiene valor para aceptar el desafío de la libertad, para apartarse del colchón de la seguridad y ver la vida como es, en vez de llevar una vida de segunda mano. La vida ha pasado de largo por delante de este hombre, que la ha contemplado desde un lugar seguro, temeroso de buscar nada mejor. ¿Qué ha hecho, aparte de sentarse a esperar un porvenir que nunca llega?
Pasad las páginas de la historia y ved a los hombres que han labrado el destino del mundo. No han conocido la seguridad, han vivido en vez de existir. ¿Dónde estaría el mundo si todos los hombres hubieran buscado la seguridad, si no hubieran corrido riesgos, si no hubieran puesto en juego su existencia para tener la oportunidad de que la vida fuera diferente, más rica, si ganaban? Son los observadores que se quedan al margen (y que constituyen la inmensa mayoría) los que difunden la idea de que no vale la pena vivir la vida, de que la vida es un fastidio, de que hay que aparcar las ambiciones de la juventud para llevar una existencia que no es más que una dolorosa espera de la muerte. Éstos son los que viven las emociones de la vida a través de las fantasías y experiencias que otros han comprimido en los libros y las películas. Éstos son los insignificantes y olvidados que predican el conformismo, porque es lo único que conocen. Éstos son los que sueñan de noche con lo que habrían podido ser y que al despertar por la mañana ocupan su puesto en la rutina ya familiar y se limitan a existir un día más. Para ellos hace mucho que feneció la aventura de la vida y no tienen más remedio que pasar los años bajo el yugo, maldiciendo su existencia, pero con miedo a morir porque desconocen lo que vendrá después de la muerte. Carecen del único valor verdadero, el que capacita a los hombres para afrontar lo desconocido, sean cuales sean las consecuencias. 
Ahora que lo pienso, parece difícil escribir con propiedad sobre la vida sin mencionar una sola vez la felicidad; así pues, que sea el lector quien responda por sí mismo a esta pregunta: ¿quién es más feliz, el que se ha enfrentado a la tormenta de la vida y ha vivido o el que ha quedado en la seguridad de la orilla y se ha limitado a existir?

El escritor gonzo, Hunter S. Thompson

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